Frecuentemente las personas usan las riquezas como una balanza para medir su prosperidad y su bienestar. Cuando alguien tiene bienes personales que exceden el promedio, por ejemplo, una casa grande o un automóvil de lujo, entonces las personas comentan que “le está yendo bien”. La prosperidad económica es una meta para muchos y el alcanzarla representa un logro social del cual se tiene que estar orgulloso.
Sin embargo, las riquezas no necesariamente son buenas o una muestra de que se goza de la bendición divina. De hecho, en ocasiones, contrario a la opinión popular, es mejor no ser rico o aspirar a serlo. La abundancia de bienes puede ser un obstáculo para disfrutar de una correcta relación con Dios ya que el Creador mide el éxito de una manera diferente a la nuestra.
En ocasiones es mejor ser pobre que rico. Jesucristo afirmó durante su famoso sermón del monte lo siguiente: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5.3). Solamente las personas que sienten que carecen de bienestar espiritual buscan al Creador. Los pobres en espíritu son aquellos que saben que necesitan desesperadamente a Dios porque están conscientes de que no tienen nada que ofrecerle. Estas personas son bienaventuradas porque se les permite disfrutar del reinado de Cristo en sus vidas. Solamente los que se saben súbditos reconocen al Rey y, por lo tanto, pueden disfrutar de su reinado.
Dios desea ser nuestra única fuente de confianza y bienestar. El problema que los seres humanos enfrentamos es considerar nuestras posesiones como ancla de nuestro destino. Entre más posesiones uno tenga más crece la tentación de confiar en nosotros mismos en lugar de Dios. Por lo tanto, en Mateo 6:24 Jesús declaró que el que confía en las riquezas no puede servir a Dios: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”.
El filósofo romano Séneca afirmó que no es pobre el que tiene poco sino el que desea más. Séneca no se refería a que tenemos que ser conformistas sino que el deseo de atesorar nos puede produce la falta de contentamiento que la pobreza causa. Hebreos 13:5-6 nos recuerda que la avaricia es un síntoma de nuestra falta de confianza en la providencia divina: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré Lo que me pueda hacer el hombre”.
La Biblia nos previene de la satisfacción efímera que los bienes materiales ofrecen. La sabiduría popular nos recuerda que “el dinero va y viene”. Por lo tanto, el afán por ser ricos es como perseguir el viento; es una búsqueda interminable por un sendero insondable. Proverbios 23:4-5 nos aconseja: No te afanes por hacerte rico; Sé prudente, y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque se harán alas Como alas de águila, y volarán al cielo”. Cuando nuestro valor se centra en la riqueza, nunca se tiene lo suficiente y nunca se vale lo deseado.
En ocasiones, sin embargo, la riqueza se obtiene por medios justos y como un premio al esfuerzo y dedicación. Si por la gracia divina usted ha alcanzado riquezas no tiene porque avergonzarse. Ser rico no es malo ni bueno; es nuestra actitud hacia el dinero lo que marca la diferencia. Los que gozan de bienes materiales deben recordar las siguientes recomendaciones: “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna” (1 Timoteo 6:17-19).
Hagamos que nuestra confianza se centre en todo momento en el Dios del universo sin importar nuestra situación económica; que nos mantengamos pobres espiritualmente para reconocer siempre nuestra necesidad de Dios y que nuestra riqueza abunde en buenas obras.