He asistido a servicios religiosos toda mi vida, pero hay uno en particular que nunca olvidaré. Ocurrió hace muchos años en un pequeño pueblo en la parte orienta de Cuba, pero todavía puedo escuchar la música e imaginar los rostros del pueblo de Dios adorando a nuestro Señor. El pueblo en donde estaba la iglesia era también uno de los lugares más pobres que he visitado. El pueblo se estableció alrededor de una fábrica de caña de azúcar que cerró porque, en un momento dado, les resultaba más barato importar azúcar que producirla. Sin embargo, cuando el país que proporcionaba ayuda financiera, azúcar y muchos otros bienes a Cuba dejó de hacerlo, la economía cubana, en general, y la de este pueblo, en particular, colapsaron. El edificio de la iglesia no tenía ventanas; tenían dos instrumentos musicales, una maraca y una guitarra con cuatro cuerdas, porque no podían reponer los dos que faltaban.
En medio de esta terrible situación financiera, el culto de la iglesia reflejó el avivamiento espiritual que Cuba estaba experimentando en ese momento. La gente llenaba el edificio, y muchos más se unían al culto desde fuera y miraban por los agujeros de las ventanas. La música del culto era asombrosa, y una canción me hizo llorar al ver cómo la gente cantaba con una verdadera convicción de fe que no había visto antes y que anhelo volver a experimentar. La letra de la canción expresaba la creencia de una esperanza genuina en el Señor que nos ama y tiene el control incluso en medio de las circunstancias más desesperadas. Estos creyentes sonreían mientras cantaban: «Hay una casa mejor que mi casa, esta es la casa que el Señor está construyendo para mí. Encuentro consuelo y alegría en esta situación, y no puedo esperar para ir allí y estar con mi Señor». La esperanza de estos hermanos cubanos era genuina y contagiosa. Primero me impresionó su condición económica, pero inmediatamente experimenté lo que es confiar en el Señor con total seguridad de que actuará en nuestro favor. Estos creyentes no estaban preocupados por sus casas actuales sino que estaban anticipando con esperanza la «casa» que Jesús prometió preparar para sus discípulos para que vivieran con él para siempre (Juan 14:1-3). El culto estaba lleno de esperanza.
El profeta Isaías nos invita a esperar en el Señor. Si somos sinceros, nadie quiere esperar. Todos queremos resultados inmediatos. Para algunos, una «sala de espera» en la consulta de un médico o en un organismo gubernamental parece una tortura. La invitación a esperar una solución cuando las cosas son difíciles parece contradictoria para la mayoría de nosotros. Sin embargo, la invitación de Isaías tiene un enfoque vital: el Señor. Nuestro Señor es fiel, su presencia es constante y su liberación está próxima. Por tanto, podemos esperar pacientemente con esperanza. El teólogo Jurgen Moltmann explica que «la esperanza no es otra cosa que la espera de aquellas cosas que la fe ha creído verdaderamente prometidas por Dios». Podemos esperar en el Señor porque tenemos esperanza y la seguridad de un Dios fiel que cuida de nosotros.
Oración
Padre nuestro, te damos gracias por Jesucristo, que cumple tus promesas y es el centro de nuestra esperanza. Mientras esperamos pacientemente su venida, aguardamos con la esperanza que nos sostiene a pesar de nuestras circunstancias actuales, porque sabemos que vendrá algo mejor. Mientras esperamos, todos proclamamos: «¡Ven, Señor Jesús!».
Amén
Nota: Este Devocional de Adviento de la Universidad de Biola fue publicado el 16 de diciembre de 2023.