“Enamorarse de Dios es el mayor romance; buscarle, la mayor aventura; encontrarle, el mayor logro humano”. Estas palabras de Agustín de Hipona nos recuerdan acertadamente el lugar primordial que Dios tiene en nuestras vidas. La teología o el conocimiento de Dios es lo más importante de nuestra existencia porque todo lo que somos y hacemos fluye de nuestro entendimiento y relación con Dios. La teología es más que una disciplina académica reservada para unos cuantos, sino que la realidad es que todos somos teólogos y el conocimiento de Dios es práctico y relevante en todo lo que somos y hacemos.
Isaías 57:15 nos ofrece un magnífico ejemplo de quién es Dios y cuál debe ser nuestra actitud al buscarle: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”. Nuestro Dios es majestuoso y sublime. No hay nadie como nuestro Dios trino. Las únicas personas que pueden realmente conocerlo y servirlo son aquellas que humildemente reconocen su gran necesidad de Dios. La humildad es el requisito indispensable para ser un buen teólogo. Es imposible ser arrogante y realmente conocer y representar a nuestro Dios.
Por esta razón, la Biblia claramente enseña que el principio de la sabiduría es el temor de Dios (Sal. 111:10; Prov. 1:7; 9:10). Una persona realmente sabia conoce a Dios y se comporta de acuerdo al carácter de Dios. Es decir, su conducta refleja las virtudes que reflejan la personalidad de Dios. Conocer a Dios va mucho más allá de una actividad intelectual y se manifiesta con nuestra conducta. Una persona puede tener títulos académicos en teología, pero si su conducta es arrogante y es contraria al Santo Dios, entonces sus títulos son de insignificantes ya que la teología siempre es práctica y no teórica.
Como seguidores de Cristo, todos nosotros somos llamados a crecer en la gracia y el conocimiento de Dios (2 Pedro 3:18). El verdadero conocimiento de Dios siempre va unido a la gracia divina que nos recuerda que es Dios el que toma la iniciativa para que podamos conocerlo relacionarlos con Él. El enfoque siempre está en la gracia divina y no en nosotros mismos. Nosotros podemos conocer a Dios solamente porque Dios nos busca por su gracia.
Así que, un teólogo arrogante no es de Dios. El orgullo y la prepotencia son vicios que deberían estar totalmente distantes de un verdadero seguidor de Cristo. La sabiduría de Dios siempre es
“pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (Stg. 3: 17). Nadie puede decir que conoce o representa al Dios verdadero con arrogancia y una actitud de superioridad sobre los demás. Las personas que realmente conocen a Dios traen refrigerio a todos a su alrededor. Todos somos teólogos, la pregunta que debemos hacernos es ¿qué tan buenos teólogos somos? Que nuestra conducta refleje en todo momento la humildad requerida para todos los que caminamos en la aventura de conocer a Dios para enamorarnos cada vez más de Él.