“Con alma de convicción y con voz de valentía” (A Soul of Conviction, A Voice of Courage) es una frase que utilizó la Universidad Biola hace unos años y que acertadamente refleja la actitud que necesitamos para enfrentar la situación que estamos viviendo. En estos momentos en los que los que el mundo se enfrenta a una pandemia mundial que ha trastornado y seguirá afectando la vida y economía de todos los habitantes del planeta, en los Estados Unidos se ha abierto la profunda herida del racismo que ha estado presente siempre, pero los videos y las redes sociales la han expuesto de tal manera que no se puede ignorar ni ocultar. Las protestas y manifestaciones a lo largo del país están clamando por justicia y equidad para todos, pero sobre todo para los afroamericanos que desgraciadamente han sido víctimas de racismo y discriminación por parte de una nación que, en teoría, pero no en la práctica, afirma que “todos los seres humanos son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Esta situación tiene y debe cambiar y como seguidores de Cristo necesitamos ser parte esencial de este cambio.
En nuestra lucha por la justicia y equidad no estamos solos, sino que el Espíritu Santo nos acompaña. De hecho, la Biblia declara que donde está el Espíritu del Señor, ahí hay libertad (2 Cor. 3:17. La libertad que brinda el Espíritu Santo abarca todas las esferas de la vida y es a través de la presencia y poder del Espíritu que como cristianos podemos ser agentes de paz (Shalom) y reconciliación. Hace unos meses tuve el privilegio de escribir el libro Enseñando con unción: cooperando con el Espíritu Santo con el gran educador cristiano Robert Pazmiño. La primera sección del libro aborda diferentes áreas en las que el Espíritu Santo ofrece libertad comunitaria a todos y cómo Dios por su gracia nos permite colaborar en la obra del Espíritu Santo. El capítulo “La enseñanza y la libertad de expresión” explica las maneras en las que podemos abogar por los demás “con alma de convicción y con voz de valentía” debido al poder del Espíritu Santo. Me gustaría compartirle algunos párrafos de este capítulo para animarnos a no tener temor sino unir nuestra voz a los propósitos de liberación del Espíritu Santo en beneficio de los oprimidos y marginalizados.
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La enseñanza cristiana no debe quedarse callada frente a los problemas que existen a nuestro alrededor. De hecho, el silencio es una muestra clara de una postura indiferente ante las necesidades de los demás. El reverendo Martín Luther King atinadamente expresó en su Carta desde la cárcel de Birmingham: “En esta generación nos tendremos que arrepentir so solamente por las palabras y acciones de odio de la gente mala, sino por el terrible silencio de la gente buen”. Por lo tanto, los creyentes no podemos mantenernos al margen ante las injusticias. No se puede ser neutrales ante la opresión como bien nos recuerda Desmont Tutu al afirmar que “si te mantienes neutral en situaciones de injusticia, has escogido estar del lado del opresor”.
Así que, como educadores cristianos tenemos el llamado a usar nuestra libertad de expresión en defensa y apoyo por los más necesitados. Evidentemente nuestra labor es ser fieles al Señor y a enseñar la palabra de Dios. Al hacerlo así, honramos lo que Dios honra y valoramos lo que Dios valora. Una enseñanza guiada por el Espíritu siempre está centrada en la edificación y bienestar de los demás. Bernard de Clairvaux acertadamente nos muestra la diferencia que marca el enfoque de nuestro aprendizaje: “hay muchos que buscan el conocimiento por el conocimiento mismo: eso es curiosidad. Hay otros que desean saber para, de esa manera, llegar a ser conocidos: eso es vanidad. Pero hay algunos que buscan el conocimiento para poder servir y hacer virtuosos a los demás: eso es amor”.
Como líderes cristianos, necesitamos abogar por los más oprimidos y buscar que sus voces sean escuchadas… Para la sociedad en general, pero especialmente para los seguidores de Cristo, es muy importante que por fin reconozcamos las voces de aquellos que claman por justicia, igualdad y dignidad. La Biblia enseña que tanto el hombre como la mujer son creados a la imagen de Dios y que ambos son valiosos y dignos (Gen. 1:27)…Por lo tanto, cualquier actividad que denigre el valor y dignidad de los seres humanos debe ser rechazada, perseguida y castigada.
Nuestro Señor Jesucristo durante su ministerio de enseñanza también nos muestra que la unción del Espíritu Santo era la base de sus palabras y que su mensaje traía libertad a los oprimidos. Lucas 4:14-15, describe el inicio del ministerio público de Jesús en donde la el poder del Espíritu y su enseñanza siempre estuvieron unidos, “Y Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y se difundió su fama por toda la tierra de alrededor. Y enseñaba en las sinagogas de ellos, y era glorificado por todos”. Por lo tanto, Jesús proclamaba con toda claridad que su llamado era proclamar las buenas nuevas del reino de Dios para todos. Lucas continúa describiendo que Jesús anunció su misión mesiánica en Nazaret, donde se había criado, leyendo en la sinagoga un pasaje de Isaías que claramente describía su misión en esta tierra, “El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor (Lucas 4:18-19).
La enseñanza centrada en Cristo y guiada por el Espíritu Santo tiene un mensaje de liberación. Este mensaje recupera la voz y la acción en defensa de los más necesitados.
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Estos no son tiempos para quedarse callados esperando que pase la tormenta. Al contrario, Dios nos invita a tener un alma de convicción y una voz de valentía en defensa de los demás por medio del Espíritu Santo quien nos invita a unirnos a su obra para traer paz y reconciliación a este mundo tan necesitado. La unción del Espíritu Santo usa nuestras palabras y acciones y no nuestro silencio para proclamar que Dios está presente, que todos los seres humanos son valiosos y que Jesús desea que todos disfrutemos la plenitud de la vida abundante que nos ofrece.
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