La frase “Jesús es el Señor” puede considerarse como el fundamento principal del cristianismo. Estas palabras indican un reconocimiento sobre la completa y total autoridad de Jesucristo sobre toda la creación y sobre todas las dimensiones de la existencia humana. A pesar de ser una frase importante y común para todos los seguidores de Jesús a lo largo de la historia cristiana, en los últimos días me ha traído paz recordar la realidad del señorío de Cristo en medio de tantos problemas a los que nos enfrentamos en este mundo. Al reconocer que Jesús es el Señor aceptamos que él está en control de todo sin importar las circunstancias a nuestro alrededor. ¡Solamente existe un Dios soberano y yo no soy él!
La Biblia enseña claramente que Jesús es el Señor. De hecho, por siglos la confesión básica de cualquiera que se identificada públicamente con Cristo era declarar “Jesús es el Señor”. Muchos seguidores de Jesús en diferentes tiempos y en diferentes lugares han expresado estas palabras al ser bautizados o al ser confrontados a explicar su fe. Esta confesión tiene su origen en los siguientes pasajes de las Escrituras:
Romanos 10:9: “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”.
1 Corintios 12:3: “Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo”.
Filipenses 2:11: “y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”
El teólogo, periodista y político holandés Abraham Kuyper (1837-1920) describió elocuentemente el señorío de Cristo sobre todo ya que él es el único Señor con suprema autoridad: “No hay un solo centímetro cuadrado en todos los dominios de la existencia humana sobre el cual Cristo, que es soberano sobre todo, no clame: ¡es mío!” De hecho, no solamente Jesús es el Señor, sino que es el Señor de señores y el Rey de reyes (Ap. 19:16). ¡No hay nadie como él!
Sin embargo, a pesar de no dudar de esta realidad, con frecuencia me encuentro turbado o desanimado al ver cómo las grandes injusticias a mi alrededor se conjugan con mi gran impotencia por resolverlas. La hipocresía, el abuso de poder y la discriminación contra otros seres humanos constantemente me distraen de mis actividades y hacen que pierda el sueño o el gozo de una vida plena. En estas circunstancias, el recordar que “Jesús es el Señor” me ayuda a recobrar la perspectiva correcta y a encontrar el tan anhelado descanso que tanto había estado buscando. Jesús siempre continúa siendo el Señor soberano, pero yo necesito recordarlo constantemente y vivir de acuerdo a esta gran verdad.
El domingo pasado mi familia y yo fuimos a escuchar una vez más la magnífica obra maestra del gran compositor alemán George Frideric Handel (1685-1759), el “Mesías”. Handel presentó por primera vez este oratorio barroco en 1742 en Dublín. A través de los años esta obra sigue siendo un clásico de la música y se continúa presentando en todo el mundo, en especial en los Estados Unidos y en Inglaterra ya que la letra está en inglés. Además de la majestuosa música, el Mesías es especial porque relata en tres partes el nacimiento, la vida, muerte y resurrección de Jesucristo solamente usando pasajes de la Biblia. Angélica, mi esposa, y yo hemos escuchado esta obra muchísimas veces, pero en esta ocasión llevamos a nuestros hijos a que la escucharan por primera vez. Quizá las partes más famosas del Mesías son la sección del Aleluya y la conclusión. Al escucharlas y meditar en las verdades bíblicas me trajeron la paz y refrigerio que tanto necesita en ese momento. Me ayudaron a recordar que Jesús es en realidad el Señor y que, por lo tanto, todo lo demás es secundario. Le dejo estos pasajes bíblicos del Mesías con la esperanza de que le ayuden y edifiquen tanto como a mí:
¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! (Ap. 19:16)
Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos. (Ap. 11:15)
REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. (Ap. 19:16)
¡Aleluya!
El Cordero que fue inmolado y que nos ha redimido por su sangre es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza.La alabanza, la honra, la gloria y el poder sean al que está sentado en el trono y al Cordero por los siglos de los siglos. Amén. (Ap. 5:12-14)