La semana pasada (2014) mi esposa, Angélica, y yo celebramos 16 años de casados. Angélica es, sin duda, la mayor bendición que he recibido y nuestro matrimonio ha sido el mejor y a la vez el más difícil tiempo de mi vida. Estoy profundamente agradecido por la dicha de haber encontrado el favor divino en mi esposa y puedo asegurar con toda certeza que soy feliz a su lado. También he de reconocer que el matrimonio no es fácil y caminar por la vida junto a otra persona por momentos pareciera una carrera de obstáculos. Esta combinación de realidades, aunque parecieran contradictorias, reflejan acertadamente mis años de casado y estoy seguro la de la mayoría de los matrimonios entre seguidores de Cristo.
En inglés existe la frase «win-win» cuando una transacción o negocio hace que ambas partes salgan ganando. Esto es lo que sucedió en nuestra celebración por nuestro aniversario. Lamentablemente, nuestros hijos viven muy lejos de sus abuelas. Así que, cuando viajamos en las vacaciones para visitarlas los dejamos con ellas mientras Angélica y yo nos fuimos a pasar tres días solos en la playa. De esta manera, las abuelas disfrutaron a sus nietos, ellos disfrutaron a sus abuelas y tíos y nosotros pudimos descansar y festejar como recién casados. Al llegar al hotel y registrarnos los empleados del hotel no podían creer que celebrábamos 16 años de casados. Uno de ellos hizo el comentario «en estos tiempos no es común llegar a este aniversario y más aún con una sonrisa en el rostro». 16 años se dicen fácil, pero no lo son. Estos años reflejan felicidad, gracias al trabajo arduo y como se dice comúnmente «sangre, sudor y lágrimas».
La mayoría de las personas y matrimonios viven a la deriva, dejándose llevar por la corriente o por dónde sople el viento. Lo más cómodo es conducir guiados por el piloto automático. De esta manera muchos cumplen años y pasan la vida juntos, otros se separan y algunos más solamente tienen relaciones temporales y superficiales en las que no existe un compromiso a futuro sino sólo el placer del presente. Cuando uno desea vivir para Cristo y que su matrimonio sea un reflejo de esta relación con el Señor del universo, se encuentra con un camino lleno de retos y que requiere mucho trabajo. Los años de casados se dicen fácil pero los días que se convierten en años están cubiertos de decisiones constantes por negarse a sí mismo y buscar el bien del otro. El matrimonio, como cualquier relación que valga la pena, requiere de ser «intencional» para crecer juntos y buscar el bien común por encima del propio. Jesús mismo dijo que el que quiera buscar su vida la perderá, pero el que la pierde por causa de El la hallará. La vida cristiana y el matrimonio reflejan una aparente contradicción o paradoja en la que la felicidad verdadera se encuentra cuando nos negamos a nosotros mismos por agradar a Cristo. Esto necesita la disciplina constante de escuchar al otro, de pedir perdón, de intentar ver más allá de lo cotidiano, de buscar la guía del Espíritu Santo y de amar incondicionalmente al cónyuge.
El matrimonio cristiano es difícil porque tiene estándares altos, divinos. Es más sencillo vivir el momento y ser egoísta. Cualquiera puede andar a la deriva, sin compromisos o ideales profundos. No obstante, el ser intencional, con el deseo consciente de agradar a Dios y dar la vida por el cónyuge representa un reto diario en el cual el camino es arduo y placentero a la vez. Tenemos la enorme ventaja que en el cuerpo de Cristo podemos contar con buenos libros, excelentes consejeros y terapeutas, edificantes conferencistas y tantos otros recursos que nos ayudan a crecer como pareja y familia y enfrentar los retos que se vayan presentando. También el Espíritu Santo mora en nosotros, nos da poder y la iglesia nos ayuda a animarnos unos a otros. Para festejar aniversarios se necesitan meses y meses de aprendizaje y crecimiento. Hoy soy más maduro porque Dios, mi esposa y la iglesia están conmigo; no lucho solo.
En nuestra recámara tenemos una frase que dice «Envejezcamos juntos; lo mejor aún está por venir». No hay día en la que no le dé gracias a Dios por Angélica y estoy convencido que la amo más con el paso de los días y los años. Sé que con el favor de Dios cada año será mejor porque nos conoceremos más y maduraremos juntos. Esto no significa que el camino será fácil y que no habrá problemas. Al contrario, estamos conscientes que cada día trae su propio afán y que no tenemos ni idea de lo que vendrá en el futuro. Pero sabemos que el trabajo diligente de cada día da frutos dulces que disfrutamos juntos, para la gloria de Dios. ¡Angélica, amarte es un placer y vivo agradecido por perderme en tus ojos cada día!