Ayer (2010) estuve conversando con unos misioneros en España que tienen la visión de comenzar escuelas cristianas por toda la región de Andalucía. Han estado trabajando en te proyecto por varios años y por fin encontraron un lugar ideal para construir la que sería la primera escuela con una filosofía cristiana evangélica en esta región. Tienen planificado comenzar con las clases en uno o dos años aproximadamente y por ahora están trabajando en desarrollar la visión y filosofía educativa con el grupo que forma parte de la mesa directiva de esta escuela.
Esta pareja de misioneros se ha enfrentado con muchas dificultades para establecer los fundamentos centrales y guías de su proyecto educativo. Desgraciadamente los mismos líderes de la mesa directiva no tienen todavía muy claro qué es lo haría esencialmente “cristiana” a su escuela. La mayoría interpreta o define a la educación de acuerdo a su experiencia y, por lo tanto, les es difícil ponerse de acuerdo ya que todos tienen una experiencia diferente.
Uno de los propósitos de nuestra conversación era pedir mi consejo sobre qué hacer en esta situación. Evidentemente hay muchos factores a considerar y definir toda una filosofía de educación cristiana es una tarea indispensable pero que lleva tiempo y requiere bastante reflexión. Sin embargo, me parece que hay dos factores esenciales que todos los educadores cristianos debemos tener en cuenta. Estos elementos se aplican cualquier ámbito del ministerio cristiano y no son necesariamente útiles solamente para las escuelas cristianas.
Creo que uno de los mayores problemas de la educación en general y desafortunadamente también para la educación cristiana es la creencia popular de que enseñar es lo mismo que compartir información. El propósito de la enseñanza NO es simplemente dar información sino ayudar a que los alumnos aprendan. El objetivo de la enseñanza debería ser principalmente el aprendizaje. Obviamente se necesita compartir información para enseñar, pero el enfoque no está en el contenido o en el maestro sino en el alumno. Este principio suena simple pero tiene implicaciones grandísimas para la educación. Un maestro debe saber lo que va a enseñar pero también debe saber cómo hacerlo para los alumnos aprendan. Cuando la meta de la enseñanza se centra en el aprendizaje de los alumnos y no en la manera “tradicional” que lo hace en el contenido, se sientan las bases para el siguiente fundamento esencial de la educación.
Quizá la manera más simple de definir aprender es con el término “cambiar”. El aprendizaje representa un cambio ya sea en la manera de pensar, sentir o actuar. Por lo tanto, el fin de la enseñanza es el cambio en los estudiantes. Obviamente que este cambio también afecta a los maestros porque nadie da algo que no tiene. El aprendizaje va más allá de recibir información porque implica una reflexión que influye en nuestras actitudes y conducta. Para la educación cristiana el propósito de este cambio es ser más como Cristo (Rom. 8:29; Ef. 4:13; Col. 1:28). Nuestra meta como seguidores de Jesús es llegar a ser más como Él en nuestra manera de pensar, de sentir y de actuar. De hecho, el término “cristiano” inicialmente tenía esta connotación ya que los seguidores de Cristo se comportaban igual que su maestro. Ahora bien, este cambio es un proceso que dura toda la vida y que influye en todo nuestro ser. Por lo tanto, la transformación no se da de la noche a la mañana sino a través de cambios simples y concretos.
La educación cristiana, por lo tanto, busca a través de la enseñanza que los alumnos aprendan a ser mejores discípulos de Jesús. El enfoque central está en los alumnos y en su transformación. Como lo menciona el título del famoso educador cristiano, Howard Hendricks, enseñamos para cambiar vidas. No es una tarea fácil, pero sí un enorme privilegio ser usados por el Padre para que seamos más como su Hijo.