Nuestra conducta como cristianos es el resultado de nuestras creencias doctrinales. Lo que afirmamos como la base de nuestra fe se ve reflejado en la manera en la que nos comportamos diariamente. De hecho, contrariamente a lo que muchos piensan, si nuestra conducta no es coherente con nuestras creencias, entonces no lo creemos verdaderamente.
Por lo tanto, la distinción que algunas personas hacen entre teoría o doctrina y práctica o ministerio no existe y es contraria a las enseñanzas bíblicas. La doctrina cristiana moldea la conducta cristiana. Así que, lo que somos en Cristo y lo que Él hizo por nosotros deben ser la base de nuestras acciones.
Nuestras relaciones interpersonales, especialmente con otros cristianos, es la evidencia máxima de nuestra fe común en Cristo. En su carta a los Filipenses, el apóstol Pablo describe cómo deben conducirse los que creen en Jesucristo: “Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio” (1:27).
A los cristianos nos une la vida que nuestro Señor Jesucristo nos ha dado por su gracia. Por esta razón debemos vivir en paz y unidad como Pablo lo menciona “completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa” (2:2).
Ahora bien, es muy difícil mantener la unidad cuando se tienen diferentes perspectivas y puntos de vista. Tristemente, en más ocasiones de las que nos gustaría reconocer, estas diferencias hacen que se rompa la unidad y armonía entre los cristianos. La única manera de reflejar nuestra fe común en la manera en la que nos relacionamos es seguir el consejo que Pablo nos da a continuación: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (2:3-4).
Realmente la vida cristiana es irracional desde el punto de vista humano ya que va en contra del sentido común. Las personas creen que son ellas mismas las que deben pelear por sus derechos y buscar su beneficio porque “nadie más lo va a hacer por ellas”. Todos innatamente buscamos nuestro bienestar antes que el de los demás. Sin embargo, como cristianos nuestra unidad se ve cristalizada cuando buscamos el bienestar de los otros por sobre el nuestro; cuando somos humildes y valoramos a los demás más que a nosotros mismos; cuando la motivación de nuestras acciones no son la contienda o vanagloria.
Cuando los cristianos nos comportamos como los demás, siendo egoístas y pensando que nuestras opiniones y preferencias deben ser la norma y que todos se deben regir por ella, originamos pleitos y divisiones en las iglesias y en el cuerpo de Cristo en general. Desgraciadamente esta situación se da en bastantes ocasiones sin importar el país o la denominación. Nuestra conducta debe ser diferente y totalmente contraria porque nuestros estándares y motivación también lo son.
Cristo, como cabeza de la iglesia, nos ha dado el ejemplo a imitar. Por esto Pablo, nos exhorta de esta manera: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2:5). El ejemplo de Cristo que Pablo describe a continuación es uno de los más descriptivos de la persona y obra de Jesucristo. Con mucha frecuencia estudiamos este pasaje fuera de su contexto y nos enfocamos solamente en los versículos 6-11 y nos olvidamos que este pasaje es la ilustración que describe el ejemplo que hemos de seguir para comportarnos de forma diferente como hijos de Dios y no como los demás.
Nuestro actitud para con los demás creyentes debe ser de completa humildad para seguir el ejemplo de Cristo que hizo lo siguiente: “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:6-11).
Si Cristo siendo el Dios creador del universo fue humilde a pesar de las consecuencias, nosotros como sus seguidores debemos seguir sus pisadas. Es cierto que cuando buscamos el bien de los demás es muy posible que nuestros derechos sean pisoteados y que no consigamos cumplir nuestros deseos. Sin embargo, Dios es el que exaltó a Cristo y nosotros también debemos descansar en la promesa que será Dios el que nos otorgue lo que merecemos a su debido tiempo y ara su gloria únicamente.
De nada sirve que reconozcamos que Cristo es nuestro Señor si no lo imitamos y obedecemos. Como cristianos tenemos la obligación de ser la luz del mundo y en nuestras relaciones con otros creyentes tenemos el lugar propicio para demostrar que lo que creemos es coherente con lo que hacemos.