Es imprescindible tener objetivos claros si deseamos llegar al destino con exactitud. Cuando deseamos viajar, primero necesitamos definir el lugar y las posibles fechas para después indagar la mejor opción para trasladarnos a ese sitio. Sería absurdo comprar un boleto de avión abierto sin definir primero el destino. ¿Puede imaginarse llegar a una agencia de viajes y cuando el agente le pregunte a qué lugar desea viajar y para cuándo, responder “a dónde sea, me da igual y no tengo la menor idea sobre cuándo puedo hacerlo”? Obviamente el agente se burlaría de usted y no le podría ayudar. Antes de llegar a la agencia de viajes necesita tener algunas ideas concretas para que el agente le ayude a encontrar la mejor opción.
Desgraciadamente, muchos cristianos se encuentran en las mismas circunstancias descritas anteriormente respecto a su crecimiento espiritual. Muchos viven sin saber hacia dónde se dirigen y cuál es el destino final. Y lo que es peor, muchos líderes están en la misma situación y se comportan como ciegos guiando a otros ciegos.
El apóstol Pablo es un ejemplo de tener metas claras. En Colosenses 1:28-29 nos resume el propósito de su ministerio y el plan de acción para lograrlo: “a quien anunciamos (Cristo), amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí”.
La meta para los seguidores de Cristo es ser transformados a la imagen de Cristo Jesús. Cuando le veamos cara a cara completaremos esta transformación. Mientras tanto nos encontramos en el proceso de cambio o santificación. El objetivo del ministerio de Pablo era ayudar a que todos los creyentes fueran perfectos o completos en Cristo. Es decir, que fueran como Jesús.
Es importante recordar que la vida cristiana es el proceso de transformación para ser más como Cristo. Por lo tanto, nuestra tarea como líderes es ayudarles a las personas a qué avancen en este proceso. Muchos líderes olvidan cuál es la meta y no tienen un plan para medir el progreso de la gente. Dos preguntas claves para los pastores y líderes cristianos son: ¿qué estoy haciendo para que mi gente crezca espiritualmente? y ¿cómo sé que están creciendo? Obviamente las respuestas a estas interrogantes deben ser específicas y concretas para que realmente nos ayuden a mejorar en el ministerio.
El apóstol Pablo también aclara los medios para cumplir sus propósitos y llegar a la meta. Por un lado, él se esforzaba y hacia todo lo posible para que la gente creciera espiritualmente. El ministerio cristiano requiere mucho trabajo y constante esfuerzo. Por otro lado, el poder de Cristo es el que realmente consigue el cambio en las personas. Es el Espíritu Santo el que transforma a los creyentes para ser más como Jesús.
El Dios del universo decide colaborar con nosotros para que sus hijos crezcan espiritualmente. ¿Puede imaginarse el gran privilegio de ser usados por el Señor? Por su gracia nos utiliza aunque en realidad somos más estorbo que ayuda. Sin embargo, el Señor decide actuar a través de nosotros. Por lo tanto, colaborar con el Señor implica una gran responsabilidad y el apóstol Pablo lo entendía muy bien y por esto se esforzaba por dar lo mejor de él.
¿Cuál es su plan para crecer espiritualmente? ¿Está ahora mejor que hace unos meses? ¡Qué áreas de su vida necesitan ser transformadas para ser más como Jesús? ¿Cómo sabe que está mejorando? ¿Cómo demuestra su dependencia en el Espíritu Santo? Estas y otras preguntas deberían formar parte de vida cotidiana para ayudarnos a progresar en nuestra vida cristiana y así poder llegar a la meta.