Hace unos días (2009) asistí al funeral del Dr. Bill Caldwell, un profesor jubilado del seminario Southwestern en donde yo trabajo. El Dr. Caldwell enseñó en este seminario por 30 años después de haber trabajado en diferentes iglesias y en el “Sunday School Board” ahora conocido como “LifeWay”, el centro de educación cristiana de los Bautistas del Sur. Durante su ministerio impactó a muchas personas, inició un programa doctoral y fue unos de los líderes más importantes de administración cristiana en el país.
Tuve la oportunidad de colaborar junto al Dr. Caldwell por dos años antes de su jubilación. Recuerdo su ingenio, su buen humor y su deseo de ayudar a los demás y, por lo tanto, con gusto asistí a su funeral para honrar su ministerio y acompañar a su familia. Sin embargo, me di cuenta que yo era la persona más joven en el funeral además de los nietos del Dr. Caldwell. La mayoría de los asistentes eran contemporáneos del Dr. Caldwell y profesores jubilados del seminario. Incluso algunos profesores del seminario decidieron que estaban muy ocupados como para cambiar sus agendas y asistir al funeral. Aunque durante el funeral se celebró su ministerio y se habló del gran impacto que hizo a lo largo de su vida, la realidad es que no mucha gente estuvo presente. ¿Dónde estaban todos aquellos que fueron ayudados por el Dr. Caldwell? ¿Realmente valieron la pena tantos años de trabajo y dedicación por servir a Dios y a otros? ¿Me pasaría a mí lo mismo cuando muera?
La realidad es que si basamos nuestro valor solamente en las cosas terrenales y en lo que podemos captar por nuestros sentidos la vida no tiene un fin claro. Sin importar lo que hagamos o logremos en esta vida, todos moriremos algún día y nuestro recuerdo con el tiempo se perderá en la memoria de la humanidad. Lo único que se puede hacer es intentar disfrutar el momento y vivir un día a la vez sabiendo que un día todo se acabará para siempre.
Sin embargo, las buenas noticias es que la nuestra existencia va mucho más allá de esta vida y nuestro valor no se mide por nuestros logros tangibles. De hecho, nuestras acciones, aunque no las percibamos, tienen repercusiones eternas. La resurrección de Cristo abre el panorama para realmente entender el propósito de la vida. En unos días los cristianos celebrarán la resurrección de Cristo, el acontecimiento histórico más importante y trascendente de la humanidad. Cristo está vivo y ha prometido la vida eterna a los que han confiado en Él. La resurrección nos da la perspectiva correcta de la vida y la muerte.
La influencia del Dr. Caldwell no se mide por las personas que asistieron a su funeral. Nuestros bienes materiales o reputación no alcanzan a determinar completamente nuestros logros en esta vida. Solamente cuando estemos en la presencia del Señor podremos ver exactamente el alcance de nuestro ministerio. Dios no mide nuestro éxito de la misma manera que los hacemos los hombres. Dios conoce todas las cosas y Él es quien determina nuestro valor.
El Dr. Caldwell sirvió fielmente al Señor y no podemos siquiera imaginar cómo lo usó Dios para el engrandecimiento de su Reino. Durante su funeral recordé las palabras de ánimo del apóstol Pablo en 1 Corintios 15:58 “Por lo tanto, mis queridos hermanos, manténganse firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que su trabajo en el Señor no es en vano”. Espero seguir su ejemplo y mantenerme fiel hasta el final.