La semana pasada (2009) tuve el privilegio de celebrar la victoria de Cristo sobre la muerte con otros cristianos en una iglesia a hora y media de donde vivo ya que me invitaron a predicar ese domingo. El domingo de resurrección es el día más importante en el calendario de la iglesia y juntos nos alegramos al recordar el acontecimiento que cambió la historia de la humanidad.
En los Estados Unidos las iglesias cristianas tienen la asistencia más grande del año en domingo de resurrección. Muchísimas personas tienen el hábito de ir a la iglesia ese domingo, pero desgraciadamente no lo vuelven a hacer sino hasta el siguiente año. Esas personas olvidan que la resurrección de Cristo es mucho más que un evento histórico y que su influencia en nuestras vidas debe manifestarse todos los días.
En muchos países debido a la influencia católica romana el énfasis de la semana santa se centra en la muerte de Cristo. El viernes santo es el clímax de los acontecimientos y la realidad del sacrificio vicario de Cristo domina el ambiente. Lamentablemente el domingo de resurrección pasa a segundo plano y la gracia divina es relegada a un lugar secundario. En otros lugares, como en los Estados Unidos en donde la influencia del protestantismo es mayor, el énfasis de la semana santa se centra en la resurrección de Cristo. El viernes santo pasa desapercibido por muchas personas ya que la gracia divina se proclama por encima del pecado y la muerte de Cristo. Desgraciadamente en la mayoría de las ocasiones en ambos contextos, el recordatorio de la muerte y resurrección de Jesús se limita a la semana santa y se olvida el resto del año.
El apóstol Pedro en su primera carta nos recuerda que la resurrección de Cristo tiene una relevancia pasada, presente y futura ya que influye en nuestra salvación, en nuestro gozo a pesar de las dificultades y en nuestra esperanza eterna. En el primer capítulo Pedro resume el papel de la trinidad en la salvación de los creyentes: “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas (v.2).” Dios el Padre en su gracia nos elige, el Espíritu Santo nos aparta y lleva al Padre y el Hijo nos compra con su sangre. La salvación es la base de nuestra relación de obediencia con el Dios trino. La muerte de Cristo es esencial para la salvación y sin ella no obviamente no tendría sentido la resurrección.
La resurrección de Cristo hace posible nuestra salvación porque tenemos un salvador vivo y, por lo tanto, una esperanza viva. El versículo tres así lo afirma: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos”. La resurrección de Cristo es también la base de nuestra alabanza al Padre.
Nuestra esperanza viva tiene como expectativa el privilegio de pasar la eternidad gozando de la presencia del Señor. Los cristianos tenemos la promesa de la vida eterna y el poder de Dios como respaldo como lo afirman los versículos cuatro y cinco: “para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”.
Además, la muerte y resurrección de Cristo es lo que nos sustenta en las pruebas de la vida. Los cristianos pueden experimentar la verdadera alegría a pesar de las dificultades porque saben que Dios está en control y que las pruebas son temporales. Los problemas presentes adquieren su dimensión adecuada comparada con las recompensas futuras cuando el Señor Jesucristo venga otra vez por los suyos. Pedro así lo afirma:
“En lo cual [salvación] vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas” (v.6-9).
La muerte y resurrección de Cristo son relevantes todos los días de nuestra vida y debemos recordarlos siempre y no solamente una semana cada año. Gloria al Padre que nos dio la vida a través de del sacrificio y resurrección de su Hijo y nos aparta para Él por medio del Espíritu Santo.