“¿Y tú, quién eres?” decía un anuncio de televisión hace algunos años en México. El comercial promovía una revista que fue popular por algún tiempo y esta frase se convirtió en parte del dominio público. Esta pregunta es, sin embargo, crucial y la respuesta que demos refleja cómo percibimos nuestra esencia.
En los Estados Unidos y en otros países la segunda pregunta que se le hace a una persona cuando se le está conociendo es “¿qué haces?” La primera obviamente es “¿cómo te llamas?” El valor de las personas se basa en lo que ellas hacen y esto es lo que los distingue. El hacer casi siempre refleja el valor del ser.
Sin embargo, la realidad es que nuestro ser es más importante que nuestro hacer. Lo que hagamos no es más que un reflejo de lo que somos. El apóstol Juan nos recuerda quienes somos en su primera carta: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios…” (1 Juan 3:1-2a).
Si usted ha recibido el regalo de salvación que Dios ofrece a través de Jesucristo entonces usted es un hijo de Dios. Nuestro valor se encuentra en lo que somos, hijos de Dios. Dios nos ama y nos ha hecho sus hijos.
Hace algunos días (2007) mi esposa y yo recibimos con gozo a nuestro primer hijo. Se llama Darío y esperamos que le haga honor a su nombre: “portador del bien”. Pero la realidad es que no importa lo que mi hijo haga o deje de hacer para que yo lo ame. Como sólo tiene unos días de nacido, aún no me sonríe, me llama papá o hace las tradicionales cosas enternecedoras de los bebés. Para ser sincero, lo único que mi hijo saber hacer ahora es comer, dormir, llorar y exigir que se le cambie el pañal; bastantes veces por cierto. Y aún así yo lo amo porque es mi hijo.
Si alguien me preguntara, ¿y tú, quién eres? Mi respuesta sería, “soy un hijo del Dios que me ama”. Al Dios del universo no le importa que tenga un doctorado, que sea profesor de un seminario o que escriba artículos como éste. ¡Él me ama y soy su hijo! Yo no puedo impresionar a Dios para ganarme su favor. Ya lo tengo. Cuando comprendo esta realidad entonces soy libre para servirlo sin la presión de tratar de impresionarlo o de quedar bien con los demás.
Muchas personas hacen una lista de propósitos para el nuevo año. Esta lista incluye planes y proyectos para mejorar en diversas áreas. No importa cuánto usted logré hacer o cambiar. Dios lo ama porque usted es su hijo. Que nuestra meta principal sea disfrutar de nuestra relación con el Padre y deleitarnos en su amor.