La popular frase “el fin justifica los medios” se usa con frecuencia en la política, negocios y en la mayoría de actividades sociales. Esta frase, erróneamente atribuida al escritor Maquiavelo en su famosa obra El Príncipe, enfatiza que el objetivo de la acción es más importante o justifica los medios o maneras de alcanzar ese objetivo. Se asume que si el fin es lícito también lo son los medios. A pesar de la aceptación de esta sabiduría popular, estas palabras realmente distan mucho de la ética cristiana en la que tanto el fin como los medios siempre deben ser puros y reflejar los valores de Cristo.
La realidad es que justificar nuestras acciones para alcanzar lo que consideramos un bien mayor es una tentación muy atractiva. Como los cristianos creemos que Cristo es el Señor del universo y que sus planes son perfectos, podemos caer con frecuencia en el error de también pensar que podemos valernos de cualquier método para que los planes de Dios se cumplan sin contratiempos. Por esta razón, en los legados de la historia podemos ver con lamentable frecuencia innumerables hechos opuestos a los valores de Cristo, pero realizados en su nombre por personas que, por lo menos superficialmente, se autodenominaban cristianos. Esta innegable realidad ha manchado y continúa manchando la reputación del cristianismo porque muchos pueden ver la contradicción entre las acciones y las palabras de algunos que se identifican seguidores de Cristo.
Sin embargo, es importante reconocer y proclamar que Dios es santo y que sus acciones y motivaciones siempre son santas y puras. En Cristo no hay contradicción ni dobles mensajes y sus seguidores debemos imitarlo en todo (1 Pedro 1:15-16; 1 Juan 2:6). Un cristianismo que presenta una contradicción entre sus motivaciones y acciones no representa a Cristo. Si los medios no son puros de acuerdo al fruto del Espíritu Santo en los creyentes (Gal. 5:22-26), el fin tampoco lo es por más piadoso que pudiera parecer y sin importar la apologética que se le pueda dar.
Por esta razón, los seguidores de Cristo siempre debemos hablar con la verdad porque Cristo es la verdad (Juan 14:6). Es imposible mentir y agradar a Cristo sin importar el fin deseado. Nuestra máxima lealtad debe ser a Cristo, como el Señor del universo, y no en cualquier líder político sin importar cuántos favores prometa para los cristianos. No se pueden establecer relaciones convenencieras con aquellos cuyos valores son contrarios a Cristo solamente con la esperanza de obtener ganancias egoístas. Las acciones de los seguidores de Cristo siempre deben basarse en los valores puros de Cristo.
Últimamente, también se ha hecho evidente una deleznable realidad en nuestra sociedad y trágicamente también en iglesias y organizaciones cristianas. La gran cantidad de abusos sexuales en todas las esferas de la sociedad se han hecho pública en las redes sociales a través de “hashtags” como #MeToo, #ChurchToo y #SBCToo. Además de lo trágico y diabólico de esta situación, ha sido lamentable descubrir también cómo muchos líderes cristianos han tratado de encubrir o minimizar estas situaciones. Evidentemente esta realidad merece una discusión más profunda, acciones legales y planes concretos para remediar y erradicar cualquier tipo de abuso y encubrimiento en nuestra sociedad, pero sobre todo entre los seguidores de Cristo. Pero necesitamos todos reconocer que Dios no necesita justificación y que nunca tenemos que encubrir el pecado para proteger la reputación de Cristo. Cuando se minimiza, justifica o encubre el pecado, cualquiera que éste sea, siempre se mancha el nombre de Cristo. El fin nunca justifica los medios para Cristo y sus seguidores.
Cristo es el Señor. Nada que hagamos o dejemos de hacer cambia esta realidad y necesitamos recordarlo constantemente. Jesús declaró que las puertas del infierno (hades) nunca prevalecerán sobre su Iglesia (Mat. 16:18). Además, es solamente el Espíritu Santo quien hace posible que los planes de Dios se cumplan (Zac. 4:6). Así que, los planes divinos (el fin) siempre concuerdan con los medios para lograrlos. Nunca hay contradicción en Dios y tampoco debería haberla entre los cristianos. Mi papá lo describió bien en una nota que me encontré en su Biblia, “la obra de Dios, hecha a la manera de Dios, siempre trae la bendición de Dios”.
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