Nadie puede conocer realmente a Dios y no servirlo y nadie puede servir correctamente a Dios sin conocerlo. Nuestro conocimiento de Dios o teología siempre tiene implicaciones prácticas para nuestras vidas. De la misma manera, no podemos servir, imitar y amar a un Dios al que no conocemos. Por esta razón, la teología siempre es práctica y nuestra práctica siempre es un reflejo de nuestra teología. Con frecuencia separamos la “teoría” de lo “práctico,” pero esta costumbre no solamente es incorrecta de manera general, sino que es imposible desde una perspectiva bíblica y teológica.
En la carta del apóstol Pablo a Tito, su discípulo, encontramos un ejemplo que refleja la estrecha relación entre la teología, doctrina o enseñanza y la práctica. El capítulo 2 empieza con un claro mandato para Tito y para todos los líderes cristianos: “Tú, en cambio, predica lo que está de acuerdo con la sana doctrina.” La palabra doctrina significa enseñanza y se refiere al conocimiento de Dios o teología. La sana doctrina tradicionalmente se denomina como ortodoxia (enseñanza correcta) y es indispensable para cualquier seguidor de Cristo. Por lo tanto, la encomienda a Tito y a todos los que sirven a Cristo es ser ortodoxos.
Sin embargo, Pablo no continua su llamado a predicar la sana doctrina de la manera lógica o comúnmente anticipada. En lugar de definir qué es la ortodoxia o continuar explicando su importancia para el ministerio, Pablo se enfoca en la manera en la que deben comportarse grupos diferentes de personas: ancianos (2:2), ancianas (2:3), mujeres jóvenes (2:4-5), hombres jóvenes (2:6) y siervos (2:9-10). Pablo le pide a Tito que enseñe a estas personas cómo debe ser su conducta en la vida cotidiana. La sana doctrina se manifiesta en la manera en la que uno se comporta con los demás. La ortodoxia siempre va unida a la ortopraxis (la práctica o conducta correcta).
En medio de estas indicaciones sobre cómo debería ser nuestro comportamiento en la vida cotidiana, Pablo hace un par de afirmaciones sorprendentes. Las mujeres jóvenes casadas deben de ser sensatas, puras y amar a sus esposos e hijos “para que no se hable mal de la Palabra de Dios” (v. 5). Los siervos deben obedecer a los que tienen autoridad sobre ellos demostrando que son dignos de toda confianza “para que en todo hagan honor a la enseñanza de Dios nuestro Salvador” (v.10). Nuestra conducta en nuestras relaciones más básicas son la manera en la que públicamente respetamos y hacemos atractiva para los demás la Palabra de Dios. Nuestras creencias se hacen evidentes y reales con nuestra práctica.
Pablo le recuerda a Tito y a todos nosotros, que él debe ser “ejemplo en todo.” Y que debe enseñar “con integridad y seriedad, y con un mensaje sano e intachable” (7-8a). La conducta de Tito va estrechamente relacionada con su enseñanza. Nadie puede dar lo que no tiene y debemos ser ejemplos de lo que decimos. Esto es importante porque “así se avergonzará cualquiera que se oponga, pues no podrá decir nada malo de nosotros” (v. 8b). La integridad en nuestra enseñanza no es solamente intelectual sino práctica.
En los versículos 11 al 14 del capítulo 2 de Tito, Pablo hace un resumen del mensaje central del evangelio. La salvación que Dios ofrece a través de Jesucristo tiene dimensiones pasadas, presentes y futuras que se resumen en las virtudes cristianas fe, amor y esperanza. Cristo murió por nosotros “para rescatarnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien” (v. 14). Nuestra nueva vida en Cristo demanda un estilo de vida dedicado a hacer el bien.
El mensaje de Pablo concluye de una manera similar a su introducción: “Esto es lo que debes enseñar. Exhorta y reprende con toda autoridad. Que nadie te menosprecie” (v. 15). Nuestra doctrina o enseñanza debe ser sana u ortodoxa. Pero nuestra práctica debe ser también correcta (ortopraxis). De hecho, no existe una diferencia entre nuestra teología y nuestra práctica. Lo que hacemos declara y pone en evidencia pública lo que realmente creemos.
La teología siempre es práctica y nuestra práctica siempre es teológica. No es necesario que escribamos nuestra declaración de fe para que los demás sepan lo que creemos. Nuestro comportamiento lo hace evidente a todos.
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