Esta semana al visitar una tienda con mi familia me impactó ver un aparador con agendas del próximo año cuando aún faltan varios meses para que termine este singular y extraordinario año. Si algo hemos estado aprendiendo este año es a comprobar que nuestros planes y deseos, por buenos y atractivos que parezcan, pueden cambiar en un instante y que nuestras agendas pueden llenarse de buenas intenciones, pero no de realidades. Ahora todos nuestros planes son tentativos y sujetos a cambios fuera de nuestro control.
Quizá una de las razones por la que nos frustramos tanto cuando nuestros planes se ven truncados es porque en general están centrados en nosotros mismos. Las agendas sirven para organizar nuestras actividades y todos tenemos una idea de lo que quisiéramos hacer con nuestro tiempo. Evidentemente no es incorrecto organizar nuestras actividades y planificar nuestro calendario, pero cuando el enfoque de nuestras vidas es en nosotros, es fácil perder de vista a los demás y ser flexibles.
Hace tres años tuve el placer de participar en una conferencia de educación teológica en Lima, Perú. Un día al estar caminando por el centro de la ciudad y visitar la Biblioteca Nacional me llamó la atención una frase inscrita en una de sus paredes: “El saber es cómo la riqueza, es fecundo cuando está al servicio del hombre”. Recientemente al recordar esta frase me ha hecho reflexionar acerca de lo importante que es vivir para otros. El conocimiento y los bienes materiales solamente son útiles cuando se usan en beneficio de los demás. Una persona egoísta nunca es verdaderamente feliz ni tiene una vida plena, aunque sus planes se cumplan a la perfección.
Yo soy profesor en un programa de estudios doctorales. Los estudiantes son adultos que buscar obtener su doctorado para servir como profesores o líderes de diferentes instituciones o ministerios. A pesar de que el proceso de obtener un grado académico es un ejercicio individual, su enfoque no tiene porque serlo. De hecho, uno de nuestros profesores hizo popular la frase “doctores de la iglesia” para recordarles a los alumnos que sus estudios deben servir a la iglesia y no a ellos mismos. Bernard de Clairvaux acertadamente nos muestra la diferencia que marca el enfoque de nuestro aprendizaje: “hay muchos que buscan el conocimiento por el conocimiento mismo: eso es curiosidad. Hay otros que desean saber para, de esa manera, llegar a ser conocidos: eso es vanidad. Pero hay algunos que buscan el conocimiento para poder servir y hacer virtuosos a los demás: eso es amor”.
La realidad es que hay dos tipos de personas en este mundo. Aquellos que viven para sí mismos y aquellos que viven para otros. Los seguidores de Jesús hemos sido llamados a vivir para Cristo y de esta manera para los demás. 2 Corintios 5:15 nos recuerda el propósito principal de nuestras vidas: “Y él [Cristo] murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado”. Jesús dio su vida por nosotros para que vivamos para Él y así podamos realmente disfrutar la plenitud (Shalom) de Dios. Vivir para Cristo significa obedecerlo y amar a los demás de la misma manera que Cristo las ama. En otras palabras, significa vivir enfocados en Cristo y en nuestro prójimo en lugar de en nosotros mismos.
En estos tiempos de incertidumbre lo invito a cambiar su perspectiva sobre la vida. Es normal frustrarse por la falta de seguridad en nuestros planes. Todos deseamos que vengan tiempos mejores, pero en estos momentos podemos buscar maneras de poner a otros en los lugares más importantes de nuestras agendas. Nuestro Señor, quien murió por nosotros, nos llama a vivir para Él y para los demás. ¡Qué mejor oportunidad para hacerlo que en estos momentos!