Recientemente las palabras diversidad, tolerancia y racismo se han convertido en temas centrales de nuestra sociedad. Muchos sucesos a nivel nacional, local y personal me han hecho reflexionar acerca de la importancia que como seguidores de Cristo tenemos para aportar luz a una sociedad que enfrenta realidades a las que en ocasiones no sabe cómo responder. También he notado que algunos cristianos están confundidos acerca de lo que es realmente importante y esencial en nuestra fe y qué es lo secundario en lo que podemos aceptar diferencias con gracia y amor. Es necesario que en estos tiempos podamos claramente hablar la verdad en amor a todos los que nos rodean para poder ser buenos embajadores de Cristo.
Primero deseo resaltar lo positivo que he experimentado en los últimos días. Tuve el privilegio de participar en un retiro para líderes emergentes que patrocinó el Council for Christian Colleges and Universities (El concilio de universidades cristianas). Este retiro tuvo un lugar en el precioso campamento Cedar Springs en el estado de Washington casi en la frontera con Canadá. El lugar y la experiencia de aprendizaje fueron excelentes, pero lo que más me enriqueció fue convivir por varios días con líderes cristianos de diversas instituciones, denominaciones y, sobre todo, de diferentes grupos étnicos. Pasar cinco días conviviendo con hermanos de otras culturas y trasfondos, pero con la misma fe y el mismo propósito de servir al Señor a través de la educación superior cristiana fue refrescante. Desgraciadamente no tengo tantos colegas o amigos afroamericanos como quisiera y este retiro me dejo una amistad con varios hermanos que sin duda me ayudaran a seguir y experimentar a Cristo de una manera más completa.
Tristemente también ha habido sucesos trágicos en nuestra sociedad. El racismo sigue produciendo frutos deleznables a nuestro alrededor. Un joven blanco asesinó a sangre fría a nueve personas afroamericanas en una iglesia cristiana en Charleston, Carolina del Sur. Aparentemente un racismo incomprensible lo motivó a cometer este horrendo acto. En las dos últimas semanas siete iglesias en las que se reúnen hermanos afroamericanos han sido quemadas misteriosamente. También el magnate norteamericano Donald Trump se ha visto envuelto en una gran controversia por sus comentarios negativos acerca de los mexicanos que viven en los Estados Unidos. Independientemente de su opinión la cual puede ser respetable aunque no compartida, el hecho que haya caricaturizado a un grupo social con información parcial y nociva le han traído, afortunadamente, consecuencias económicas y el repudio de muchos sectores de la población.
La corte suprema de los Estados Unidos afirmó en una votación muy cerrada el derecho a contraer matrimonio a las parejas del mismo sexo. Esta situación ha originado un gran debate entre aquellos que apoyan esta decisión bajo el argumento que el “amor gana” sin importar la preferencia sexual y los que creemos que el matrimonio fue diseñado por Dios para que se realizara solamente entre un hombre y una mujer y que, por lo tanto, ninguna entidad aunque sea la corte suprema tiene derecho a redefinir lo que Dios ha establecido. Esta decisión de la corte suprema es sin duda muy importante y pone lo que ahora es “legal” en oposición a lo que los cristianos, que basamos nuestras creencias en la inerrante Palabra de Dios, consideramos “el ideal” de Dios para el matrimonio.
Ante todas estas circunstancias y muchas más que estoy seguro nos seguiremos enfrentando en el futuro cercano, es fácil caer en la incertidumbre y confusión. En primer lugar necesitamos recordar siempre que nuestro Dios es soberano y poderoso sin igual. El está en control de todo y nos ha bendecido con una gran diversidad la cual podemos y debemos apreciar y valorar. Los siguientes pasajes de Isaías 40 nos dan la perspectiva adecuada de la grandeza del Dios en el que creemos y confiamos a pesar de cualquier circunstancia adversa: “Miren, el Señor omnipotente llega con poder, y con su brazo gobierna. Su galardón lo acompaña…A los ojos de Dios, las naciones son como una gota de agua en un balde, como una brizna de polvo en una balanza…Todas las naciones no son nada en su presencia; no tienen para él valor alguno…Él reina sobre la bóveda de la tierra, cuyos habitantes son como langostas. Él extiende los cielos como un toldo, y los despliega como carpa para ser habitada. Él anula a los poderosos, y a nada reduce a los gobernantes de este mundo…Alcen los ojos y miren a los cielos: ¿Quién ha creado todo esto? El que ordena la multitud de estrellas una por una, y llama a cada una por su nombre. ¡Es tan grande su poder, y tan poderosa su fuerza, que no falta ninguna de ellas!… El Señor es el Dios eterno, creador de los confines de la tierra. No se cansa ni se fatiga, y su inteligencia es insondable. Él fortalece al cansado y acrecienta las fuerzas del débil…pero los que confían en él renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán.
Además de nuestra confianza en el Dios soberano, estas circunstancias me hicieron recordar una famosa frase de Agustín de Hipona (354-430 d.C.) que es tan relevante en estos tiempos que cuando la escribió hace cientos de años en los inicios del cristianismo. La frase en latín dice In necesariis unitas, in dubiis libertas, in ómnibus caritas (en lo esencial unidad, en lo dudoso libertad, en todo caridad o amor). Evidentemente muchos de estos problemas son complejos y merecen unas reflexiones más profundas, pero creo que Agustín nos da tres principios que podemos poner en práctica mientras navegamos en este clima de tensión y cambios extremos.
En primer lugar, los cristianos debemos mantenernos firmes en lo esencial de la fe cristiana. Solamente Dios establece los parámetros de nuestra fe y ninguna institución humana está sobre ellos. Los seres humanos tenemos el honor de ser creados a la imagen y semejanza de Dios. Todos somos valiosos y tenemos una dignidad intrínseca que va más allá de nuestro contexto social, cultural y económico. Por lo tanto, el racismo va en contra de Dios y debe ser repudiado por todos. Los seguidores de Cristo valoramos la dignidad humana y debemos unirnos para repudiar el racismo y la discriminación a toda costa. También, el Dios que nos creó a su imagen ha estableció el matrimonio como el pilar social para la procreación, la intimidad sexual y la manera completa de representar a Dios de acuerdo a sus propósitos como mayordomos de la creación de Dios. El matrimonio bíblico es un pacto entre un hombre y una mujer en una permanente y exclusiva relación. Así que, como seguidores de Cristo debemos mantenernos firmes y unidos defender el plan divino a pesar de la oposición social y cultural.
En segundo lugar, debemos reconocer que hay diversidad de opiniones y posturas en cuestiones no esenciales de la fe cristiana. Por esta razón, nos necesitamos unos a los otros para complementar nuestro entendimiento de Dios y nuestra fe. Algunas posturas doctrinales aunque importantes como para establecer denominaciones, son secundarias en la esencia del cristianismo. Me da tristeza ver que algunos líderes cristianos etiquetan a otros como “liberales” o aún peor, como “falsos maestros” solamente porque existen diferencias en doctrinas no esenciales entre ellos. Es normal que existan las diferencias de opinión y debemos ser humildes en reconocer que en algunas ocasiones no somos los únicos poseedores de toda la verdad y podemos aprender de otros que también tienen al Espíritu Santo morando en ellos.
Por último, necesitamos ofrecer gracia y amor a todos los que nos rodean sin importar sus creencias o posturas. Jesús nos recordó que el amor hacia nuestro prójimo es la marca permanente de sus discípulos. Como cristianos, debemos amar a todos aunque ellos nos odien o tengas posturas totalmente en contra de lo que Dios ha establecido. Nosotros podemos mantenernos firmes en la verdad divina, pero necesitamos hacerlo en amor hacia Dios y hacia nuestros semejantes. Es relativamente fácil hablar la verdad sin amor o decir que el amor gana sin la verdad, pero nuestro llamado es ha siempre unir la verdad con el amor.
En los últimos días he reflexionado acerca de lo importante que es nuestra confianza en el Dios todopoderoso en medio de un mundo cambiante. También de la responsabilidad que tenemos de representar bien a nuestro Dios que nos ha dado el privilegio de ser embajadores de Cristo a nuestra sociedad que tanto lo necesita. Necesitamos mantenernos firmes y unidos en lo esencial, ser humildes y dar libertad de posturas en lo no esencial y en todo mostrar el amor que solamente el Espíritu Santo puede producir en nosotros. Estos tiempos más que un reto son una oportunidad para que la luz de Cristo resplandezca a través de sus seguidores, por su gracia y por medio del poder del Espíritu Santo.