Me encantan las historias. Recuerdo que cuando tenía como tres años mi papá me dio uno de los mejores regalos que he recibido, el primer tomo de la colección “Joyas literarias juveniles” de editorial Bruguera. Este número era la historia de Miguel Strogoff del gran escritor francés Julio Verne y por años cada mes mi papá compraba la novela que salía a la venta en los puestos de revistas. Cada tomo resumía una obra de arte de la literatura universal y la presentaba con ilustraciones de manera que uno podía leer el libro de una manera interesante y resumida. Esta colección formó parte de mi niñez y aún todavía cuando voy a la casa de mis padres los busco con nostalgia. Obviamente a los tres años no sabía leer, pero las ilustraciones eran fascinantes y me encantaba hojear los libros de la colección.
De alguna manera mi papá contribuyó grandemente en mi gusto por la lectura y las historias. Fue a través de su ejemplo que los libros me han acompañado a lo largo de mi vida. Por lo tanto, cuando fui a la universidad me decidí por estudiar literatura y siempre he estado involucrado en el estudio de las humanidades. Ahora soy profesor y mis actividades cotidianas involucran la lectura y el análisis de textos, especialmente la Biblia.
La Biblia es, sin lugar a dudas, la mejor historia que se haya escrito porque es la historia de las maravillosas obras de Dios en la humanidad. La narrativa bíblica tiene un tema en común a pesar de haber sido escrita por más de cuarenta personas con diferentes trasfondos sociales y culturales, en tres diferentes continentes, en tres idiomas distintos, hebreo, arameo y griego y a lo largo de un periodo de aproximadamente 1500 años. Evidente esta asombrosa unidad solamente pudo ser posible al ser el Espíritu Santo el que inspiro a los autores bíblicos. Por lo tanto, la Biblia tiene un origen tanto divino como humano.
Además, a lo largo de la narrativa bíblica se da respuesta a las preguntas fundamentales del ser humano usando la estructura de creación, caída y redención. La Biblia inicia con la historia de la creación y en los dos primeros capítulos de Génesis se da respuesta a cuatro preguntas esenciales, ¿Qué es la realidad?, ¿Dónde estoy?, Quién soy?, ¿Por qué soy?
La metafísica es la rama de la filosofía que estudia la realidad. La historia de la creación comienza respondiendo a la pregunta básica de la metafísica, ¿por qué existe algo en lugar de la nada? con esta afirmación “En el principio, creó Dios los cielos y la tierra” (Gen. 1:1). Dios es el creador de todo lo que existe y El es la explicación y fuente del universo. Los capítulos 1 y 2 de Génesis describen la historia de la creación, en el primer capítulo con un enfoque cosmológico y el segundo capítulo con uno antropológico. Al finalizar la creación, Dios afirmó que lo que había hecho era bueno en gran manera (Gen. 1:31). Por lo tanto, los seres humanos nos encontramos en el mundo que el Señor creó y que además es bueno.
Génesis 1:26-28 es conocido como el decreto de la creación y en él encontramos respuesta a las preguntas ¿quién soy y por qué soy?:
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”.
Somos creados a la imagen de Dios y esto es la fuente de nuestro valor y dignidad. La imagen de Dios consiste en la investidura humana de la gloria divina y la capacidad moral de reflejar Su carácter mientras señoreamos la tierra como los representantes de Dios. Dios nos creó con un propósito spiritual, para relacionarnos con El, con un propósito social, para relacionarnos unos con otros y con un propósito cultural, para relacionarnos con el resto de la creación.
Sin embargo, todos sabemos qué algo anda mal en el mundo. Qué las cosas no son como deberían de ser; que hay sufrimiento y maldad a nuestro alrededor. Génesis 3 nos da la respuesta a la pregunta ¿qué salió mal? al relatar la historia de la caída y el pecado. La desobediencia del ser humano a los preceptos divinos trajeron como consecuencia la separación del ser humano con Dios, con sus semejantes, consigo mismo y con la creación.
A partir de la primera promesa de Dios en Génesis 3:15 para restaurar las consecuencias del pecado hasta el final en Apocalipsis 22, la Biblia se centra en la historia de la redención. De hecho, la parte central de la narrativa bíblica es la manera en que Dios nos atrae nuevamente hacia El y responde a la pregunta, ¿cuál es la solución? La primera sección de nuestras Biblias narra la promesas de redención por parte de Dios a través de diferentes pactos los cuales forman la columna vertebral de la historia de la redención. Es a través de Jesucristo que el cumplimiento de esos pactos se va logrando. Por lo tanto, a la promesa de redención le llamamos Antiguo Testamento y al cumplimiento le llamamos Nuevo Testamento. Jesucristo en su primera venida inicia la obra de redención y la culminará totalmente en su segunda venida. La Biblia termina con la promesa de la nueva creación. Así que, la historia bíblica se puede resumir con la creación, caída y redención del ser humano.
A mi hijo Darío también le fascinan las historias. Cada noche leemos algunos cuentos e historias bíblicas. Sin embargo, la Biblia es una historia, pero no es como ninguna otra. En ella el Dios creador de todo lo que existe se revela de una manera majestuosa pero personal. La Biblia son claramente las cartas de amor del Padre celestial que desea relacionarse con nosotros y que a pesar de que nos alejamos de El, nos muestra su amor a través de Jesús y nos invita a disfrutar la plenitud de la vida para la que fuimos creados (Juan 10:10). A través de la páginas de la narrativa bíblica Dios nos recuerda que existimos para adorarle y que, como declaró Agustín de Hipona al inicio de sus Confesiones, podemos afirmar que nuestro corazón está sin descanso hasta que no encontramos nuestro descanso en El.