“¿Cómo estás?” Un amigo mío respondía en tono de broma a esta común pregunta con las palabras “bien, pero ni modo” o “bien, pero ya se me va a pasar”. Aunque su respuesta era graciosa en el fondo describía una tendencia común de nuestras percepciones y sentimientos. Por alguna razón es más fácil enfocarnos en lo negativo y olvidarnos de todo lo positivo que tenemos y recibimos. A pesar de estar llenos de bendiciones, con frecuencia pensamos que siempre nos falta algo y que nunca tenemos lo suficiente o alcanzamos la plenitud de la vida.
Por lo tanto, es imprescindible que desarrollemos una actitud de gratitud y nos detengamos a reflexionar y contar todas las cosas buenas que tenemos y recordar lo afortunados que somos. Cuando de manera intencional recordamos y enumeramos todas nuestras bendiciones nuestra actitud sobre la vida cambia. Por ejemplo, recientemente leí una noticia y vi el video que la acompañaba en le que una mujer sorda de 39 años podía escuchar por primera vez en su vida. Debido a un gran avance tecnológico, esta mujer al escuchar las palabras de la doctora que estaba probando el aparato de sonido no pudo contenerse y estalló en lágrimas. Era tal su emoción al percibir y entender los sonidos que le estuvieron ocultos por 39 años que no podía parar de llorar de alegría. Confieso que nunca había reflexionado y agradecido a Dios por algo tan simple, pero vital como la habilidad de oír. Esto es una de las tantas cosas que recibo a diario por la gracia divina y por las que debería estar más agradecido. Si lo hiciera así, mi actitud con toda certeza sería más positiva y esto se reflejaría en todas mis relaciones interpersonales.
El Salmo 117 es el capítulo más corto de la Biblia con tan sólo dos versículos. Sin embargo, nos da un gran modelo para que nuestra perspectiva sea más completa y para que nuestra vida se llene de reconocimiento y alabanza a nuestro buen Dios. Los salmos 113 al 118 forman parte de la colección llamada “salmos de alabanza (hebreo hallel) egipcios”. Los hallel egipcios tenían un lugar especial en la liturgia de la pascua. Los salmos 113 y 114 se cantaban o recitaban antes de la comida y los salmos 115-118 después. Por esta razón, tanto Mateo 26:30 como Marcos 14:26 indican que Jesús al terminar de celebrar la última cena cantó el himno con sus discípulos y salieron del lugar en donde estaban. El himno que cantaron fueron los salmos 115-118 como era la costumbre y tanto Mateo como Marcos dan por sentado que sus lectores lo entienden y no necesitan dar explicaciones.
El primer versículo es un llamado a la alabanza para todo el mundo: “alabad al Señor, naciones todas; pueblos todos alabadle”. La invitación es para todas las personas de todas las naciones para que alaben al Señor. Obviamente este llamado es global y no importa si los pueblos creen en Dios o no. Todos deben alabar a Dios. La alabanza desde el punto de vista bíblico siempre es audible y en público. Es decir, alabar pudiera definirse como “hablar bien de alguien”, en este caso de Dios. Es comúnmente sabido que la mejor publicidad siempre es la que se da de boca en boca. Cuando algo nos gusta mucho inmediatamente buscamos oportunidades de decirle a otros nuestra opinión. Los restaurantes y las películas basan su éxito o fracaso en gran medida en las recomendaciones que reciben. Así que, el llamado es para hablar bien de Dios y recomendarlo, para que todos sepan de Él, para alabarle.
El segundo versículo nos da la razón de nuestra alabanza: “Porque ha engrandecido sobre nosotros su misericordia, y la fidelidad del Señor es para siempre. Aleluya”. El salmista ofrece dos razones para justificar su llamado a la alabanza al Señor. La primera es que Dios engrandeció su misericordia con su pueblo. La palabra que en español se traduce como misericordia es el término hebreo “hesed” que implica un amor leal o fiel. Dios siempre cumple sus promesas y sus pactos con su pueblo y, por lo tanto, siempre podemos confiar en Él. La segunda razón está ligada a la primera ya que la fidelidad del Señor nunca termina. A pesar de que Israel había pasado 400 años en Egipto, Dios nunca se olvidó de ellos y los rescató de una manera milagrosa y magistral. El salmo termina con la palabra aleluya que significa alabad al Señor. Así que, el inicio y el final del salmo son el mismo “alabad al Señor” y “aleluya”.
Ahora bien, podemos aprender de este salmo que cuando Dios nos bendice, y lo hace a diario de innumerables maneras, debemos contárselo a otros para que juntos alabemos al Señor. Cuando verbalmente articulamos lo que recibimos de Dios no solamente demostramos que estamos agradecidos sino que anunciamos que Dios es bueno y que su fama es digna que todos la conozcan. Normalmente agradecemos en privado por lo que tenemos, pero deberíamos aprender a hacerlo público. De la misma manera, también al escuchar de los demás podemos juntos alabar a Dios. Note que el énfasis siempre está en el Señor quien es el dador de todo lo bueno y no en nosotros mismos. El verdadero agradecimiento y la alabanza sincera siempre están centrados en Dios y es Él quien se lleva la gloria y el honor.
Para ser más positivos necesitamos ser más agradecidos. Pero no se trata de solamente contar nuestras bendiciones sino de proclamarlas para otros se nos unan en alabanza al Señor. También debemos unirnos a los demás al reconocer todo lo bueno que de la misma manera reciben por la gracia divina. La próxima vez que alguien le pregunte “¿cómo estás?”¿De qué manera va a responder?