¿Jura usted decir la verdad, siempre la verdad y nada más que la verdad? Esta pregunta se les hace a las personas cuando van a declarar en un juicio en los Estados Unidos. Se espera que cuando alguien emite su declaración bajo este juramento lo que diga será verdadero ya que de lo contrario se cometería un crimen con consecuencías mayúsculas. Curiosamente, de manera implícita se reconoce que al tener que jurar decir la verdad, se da por sentado que las personas normalmente y con bastante frecuencia mienten. De hecho, una de las frases características de uno de mis programas favoritos en la televisión, el Dr. House, resume atinadamente esta triste realidad, “everybody lies” (todos mienten).
Mentir o dar falso testimonio en contra del prójimo es quizá el mandamiento del decágolo que quebrantamos con mayor frecuencia (Exodo 20:16). En ocasiones incluso las personas mienten de una manera inconsciente. Por ejemplo, pronuncian frases como “si puedo voy” o “voy a hacer todo lo posible para ir” cuando ya sabe de antemano que no va a ir; “nos vemos a tal hora” y llega tarde o no de plano no llega; “en un momento voy” o “ahorita lo hago” y nunca lo cumple; “te ves muy bien”, “me gusta mucho” o “me da gusto verte” pero no lo dice sinceramente. Lamentablemente también los padres les enseñan a mentir a sus hijos cuando alguien toca a la puerta o habla por teléfono, y como no desean responder, les ordenan a sus hijos que digan que no se encuentran disponibles.
La mentira es tan común que el mismo salmista se lamentaba por esta situación y clamaba por el socorro divino: “Salva, oh Jehová, porque se acabaron los piadosos; Porque han desaparecido los fieles de entre los hijos de los hombres. Habla mentira cada uno con su prójimo; Hablan con labios lisonjeros, y con doblez de corazón” (Salmo 12:1-2).
¿Por qué son las mentiras y el engaño tan comunes? La mentira es un pecado central de la humanidad y la Biblia registra lo cotidiano de este mal hábito. Es más, el primer pecado escrito en la Biblia fue decir una mentira. En Génesis 3 leemos que la serpiente astuta le preguntó a la mujer si ella tenía permitido comer de todos los árboles del huerto. Cuando ella le respondió, la serpiente le mintió, “no moriréis” (v.4). Así que, ella comió del fruto prohibido y después él hombre comió y eventualmente ambos murieron. De la misma manera en la que todos moriremos si Jesús no viene antes. También encontramos la auto justificación en lugar decir la verdad de Adán y Eva después de la caída en Génesis 3: “La mujer que tú me diste me dio…”, “La serpiente me engañó…” (vs. 12-13). En Génesis 4 Caín mata a su hermano Abel. En el versículo 9 encontramos lo siguiente: “Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” Caín mintió para tratar de ocultar su pecado.
Los últimos pecadores nombrados en la Biblia también son los mentirosos. En el último capítulo de la de la narrativa bíblica, en Apocalipsis 22:14-15, Jesús le dice a Juan “Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad. Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira”. En el capítulo anterior encontramos la advertencia de que los mentirosos no entraran a la ciudad celestial: “No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Ap. 21:27).
En resumen, la Biblia enfatiza de principio a fin lo común y lo trágico de la mentira en la experiencia humana. Sin embargo, creo que no nos damos cuenta de la magnitud de este pecado y la razón por la cual es un gran problema. En Proverbios 6:16-19 encontramos una lista interesante acerca de los pecados que Dios más detesta. Obviamente cualquier pecado es contrario a la naturaleza santa del Creador, pero hay algunos que son particularmente repugnantes para El y no tenemos que adivinar cuáles son ya que su Palabra los enumera: “Seis cosas aborrece Jehová, Y aun siete abomina su alma: Los ojos altivos, la lengua mentirosa, Las manos derramadoras de sangre inocente, El corazón que maquina pensamientos inicuos, Los pies presurosos para correr al mal, El testigo falso que habla mentiras, Y el que siembra discordia entre hermanos”. De los siete pecados enumerados la mentira se repite en dos ocasiones. Evidentemente Dios hace un mayor énfasis en este pecado que le es aborrecible y abominable.
¿Por qué la mentira es un pecado tan grande si pareciera no ser tan malo como otros? La razón es que la mentira ofende el carácter santo de Dios y va en contra de su esencia. Jesús es la verdad (Juan 14:6). El Espíritu Santo es llamado el Espíritu de verdad en Juan 14:17. La Biblia describe a Dios de esta manera en Deuteronomio 32:4 “El es la Roca, cuya obra es perfecta, Porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; Es justo y recto”. Por lo tanto, la Palabra de Dios es verdad (Juan 17:17). Así que, la mentira va en contra de la naturaleza de Dios. Jesús se refirió a Satanás como el padre de mentira cuando les pronunció estas duras palabras a los líderes religiosos que no querían creer en él: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira”(Juan 8:44). La verdad y la mentira son una cuestión espiritual entre Dios y Satanás y nos identificamos con uno de los dos cuando mentimos o hablamos con la verdad. Por esto, en Efesios 6:14 se afirma que para poder resistir a Satanás debemos “ceñir nuestra cintura con la verdad”.
Los cristianos que han recibido la vida nueva a través de Jesús no deben seguir comportándose como lo hacían antes. Esta vida ha sido creada en la santidad de la verdad y no da lugar para las mentiras: Efesios 4:22-25 “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros” (Efesios 4:22-25).
Los cristianos debemos vivir con integridad y ser personas confiables en las que siempre se puede confiar. Las mentiras “blancas” no existen y las mentiras “piadosas” son una contradicción. Solamente siendo guiados por el Espíritu Santo de la verdad podemos vivir de una manera que agrada a Dios y refleja su carácter. Las malas noticias son que la mentira es, aunque común, un pecado de gran magnitud; las buenas que con la ayuda de Dios no tenemos por qué mentir ya que somos hijos del Dios de verdad. En un mundo de mentiras y corrupción, todos buscamos relacionarnos con personas de confianza, ¿es usted una de ellas?