Hace unas semanas (2008) tuve la oportunidad de visitar el mismo domingo dos iglesias en Oxford, Inglaterra. La novela Historia de dos ciudades del famoso escritor inglés Charles Dickens se me vino inmediatamente a la mente y sus contrastes y semejanzas me siguen impresionando.
Esta novela de Charles Dickens es considerada un clásico de la literatura inglesa del siglo XIX y su título se debe a que la trama se centra en las ciudades de Paris y Londres. Mientras Francia se encontraba enfrascada en una terrible revolución, Inglaterra presentaba problemas sociales semejantes a los que originaron el conflicto armado en Francia. Dickens temía que la historia se repitiera en Inglaterra y esta obra sirvió de alguna manera como una advertencia para que la revolución no ocurriera en suelo inglés.
Dickens empezó su novela Historia de dos ciudades con la siguiente frase:
Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.
Las comparaciones en muchas ocasiones funcionan mejor cuando las diferencias son abismales. Sin embargo, y como magistralmente lo describe Dickens, los contrastes tienen una fuente común y coinciden en varias áreas antes de que sus diferencias los aparten.
Las dos iglesias que visité tienen varios elementos comunes. Ambas son anglicanas; ambas están en Oxford y, por lo tanto, pertenecen a la misma diócesis; se encuentran en la misma calle una enfrente de la otra; fueron fundadas hace siglos; tienen varios líderes y varios servicios.
Sin embargo, a pesar de que estas congregaciones se encuentran a unos metros una de la otra, en otros aspectos su distancia es enorme. Una tiene un edificio majestuoso e impresionante; su coro ha sido mundialmente reconocido por años; es la iglesia principal de la diócesis; pertenece a uno de los colegios más prestigiosos de Oxford; su liturgia es tradicional; por ella han pasado muchos líderes renombrados, por ejemplo, en esta iglesia fueron ordenados al ministerio cristiano los hermanos John y Charles Wesley.
Desgraciadamente, a pesar de poseer todas estas cualidades, esta iglesia está muriéndose espiritualmente. Las personas que asisten son de edades avanzadas y nada amigables. De hecho, es todo un reto asistir a un servicio porque en la entrada del colegio se encuentra una persona cuya responsabilidad es no dejar pasar a los turistas o a cualquiera que no lo convenza de que asistirá al servicio. Mi esposa y yo tuvimos que pasar varios minutos tratando de convencerlo de que sí íbamos a la iglesia y no estábamos tratando de entrar sin pagar al colegio. Cuando los ujieres de la iglesia nos vieron no sabían dónde sentarnos para que nuestro bebé no molestara mucho. Obviamente, no había familias con niños en esta iglesia y muy pocos visitantes.
La otra iglesia tiene un edificio pequeño pero se encontraba lleno totalmente; a la entrada se encontraban dos ujieres encargadas de darles la bienvenida a todas personas además de contar con comida para que la gente conviviera antes del servicio; la liturgia era contemporánea y se dirigía a la mayoría de la población universitaria de Oxford; a la entrada del edificio tenían una pared con un mapa de la ciudad en donde la iglesia tiene grupos pequeños; la iglesia tiene programas para alcanzar estudiantes internacionales y personas sin trasfondo religioso pero con deseos de conocer a Dios.
Esta iglesia a pesar de no tener los recursos ni la fama de la otra, estaba viva y creciendo. Su énfasis estaba en adorar al Señor, servir a las personas y alcanzar a los perdidos y no en preservar la tradición. En una iglesia uno puede disfrutar de un edificio y un excelente coro; en la otra uno puede alabar al Señor y escuchar su voz. En una uno pude tomar buenas fotos; en la otra uno puede ser ministrado espiritualmente y disfrutar de la comunión cristiana.
De alguna manera estas iglesias nos modelan lo que le puede pasar a cualquier congregación. Cuando las iglesias confunden su función con la forma o tradición tienden a morir espiritualmente y convertirse en museos litúrgicos. Cuando las iglesias mantienen su función a pesar de que las formas de hacerlo cambien, entonces crecen y el Señor las usa para cumplir sus propósitos. Dickens escribió su novela con temor de que Londres pasara por lo mismo que París. Después de visitar estas iglesias salí con tristeza de una y con esperanza de la otra. ¿Cuál será la experiencia de aquel que visite su iglesia?